En comparación con La Banda, en Tafí del Valle, y con las ruinas de San José de Lules, la iglesia de San Ignacio es quizás el rastro jesuita menos difundido de Tucumán. Y, paradójicamente, es también de los mejor conservados. En el extremo sur de la provincia (se encuentra a cinco kilómetros de La Cocha), el templo está vivo: misas, devociones centenarias y hasta festivales folclóricos manifiestan la fe de sus fieles. Martín Granero empujó las puertas de madera y el interior blanco de la iglesia quedó a la vista. Él es el hijo de Marcelino Granero, el empleado de la comuna de San Ignacio encargado del mantenimiento del templo que enorgullece al pueblo de 1.500 habitantes (incluidos los de Los Pizarro). Y eso queda claro en la prolijidad con que las paredes han sido blanqueadas; en los pequeños tejidos de lana que cubren la madera de los reclinatorios y que esperan las rodillas de los fieles; en el plástico que protege el altar cuando no hay celebraciones, en la limpieza y el orden que imperan en el cementerio que lo rodea, en el cartel enorme que cuenta su historia, en las misas que se ofician cada semana...
"No se imagina lo contentos que nos pusimos cuando nos enteramos de que el nuevo Papa, además de argentino, era jesuita. Yo estaba trabajando cuando me llegó un mensaje en el que me avisaban lo que había pasado en El Vaticano y no lo podía creer", recordó Martín.
Cada 31 de julio el pueblo se alborota. En esa fecha se celebra el día de San Ignacio de Loyola y, según Martín, durante las jornadas previas gran parte de los vecinos se vuelca al templo para limpiarlo y adornarlo. Cada año, la fiesta arranca en los primeros minutos del 31 con una serenata al santo (la imagen que está en el templo tuvo que ser reconstruida, porque a la original la quemaron). Durante el día se realizan misas, bautismos y juegos. Al atardecer arranca el festival folclórico. "No falta nadie", destacó Martín.
La iglesia fue construida en 1746. Desde allí, los jesuitas manejaron una estancia gigantesca que no sólo se extendía por el sur del actual territorio de Tucumán, sino también por Catamarca y Santiago del Estero.
"La estancia era fenomenal. No sólo por su extensión, sino porque poseía animales, sembrados diversos, carpintería, herrería, se hacían trabajos con el cuero y se construían carretas, entre otras cosas", explicó la historiadora Teresa Piossek Presbisch.
En 1875, el Estado provincial adquirió la iglesia, que es lo único que quedó de la estancia tras la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767. En 1941 fue declarada Monumento Histórico Nacional.
Actualmente, el templo y el cementerio están rodeados por viviendas y por fincas verdes de caña de azúcar. Y en ella están cifradas las esperanzas turísticas de la comuna. "Nos representa a todos los que vivimos en este pueblo y queremos que se mantenga en el mejor estado posible. Por eso estamos tratando de comunicarnos con la gente de la Nación que está encargada de los monumentos históricos: hay algunas grietas en las paredes y es necesario que las arreglen antes de que se hagan más graves", explicó Daniel Giménez, subdelegado comunal de San Ignacio.